Salsa de tomate,
queso, jamón y una severa horneada más tarde, ya tenía la cena lista y la
cabeza hecha un lío. No había dejado de pensar en el hongo que descansaba en un
rincón brillante del vivero y el volumen que había encontrado en la mesa.
Cuando vertía la salsa de tomate sobre la masa horneada de pan, un escalofrío y
una idea le habían recorrido la espalda.
—“Ya no estamos
en Kansas” —se dijo entonces con gravedad, y el gato de los Pérez, que
observaba toda la escena desde el ventanal entreabierto, pareció asentir en
acuerdo.
Era el mismo
lugar en el que había estado la semana anterior—e incluso habían hecho pizza
para cenar también—, pero ya no podía verlo igual. Si su tía hubiese salido de
la habitación una semana antes, creía que muy posiblemente le hubiera comentado
algo burlón mientras se encaminaba a su cuarto. Ahora no podía más que temblar
silenciosamente en terror porque, de alguna manera, sentía que todo lo que
sucedía a su alrededor estaba relacionado con el hongo, y que aquella mujer tenía una muy estrecha relación con los
hechos. Y quizás con Franco Víctor.
*
Tras dejar
enfriar la pizza recién horneada y puso la mesa bajo la atenta mirada del
felino vecino, optó por cortarle un poco de queso y cubrir la cena antes de
despertar a su tía, a eso de las nueve y media. No tuvo más que acercarse a la
puerta entornada para que la mujer se levantase de un salto, luciendo
nuevamente vital y fresca. Su mueca divertida estaba allí, junto con una frase
confabulándose entre sus cejas y esperando pacientemente a que pasaran las
diez. Quienquiera que había salido trastabillando de la cocina, se había ido.
Tenía a su Tía frente a sí, calzándose las pantuflas con orejas de conejo que
habían perdido la nariz de botón. No pudo evitar sonreír, ni contener una
risotada cuando, al intentar ayudarla, la mujer lo alejó con una bofetada en el
brazo que, hacía un minuto, estaba herido.
Aquella noche, el
mantel plástico resguardaba la madera y los cubiertos que no habían sido
ganados en promociones de gaseosa acompañaban la vajilla semi-fina. Desde el
umbral de la puerta, sonriente, la tía contempló la escena cruzada de brazos.
Tiritó con vigor ante la brisa nocturna que se colaba por el ventanal entreabierto
y le dio unas palmaditas en el hombro a su sobrino.
—Te luciste, pibe
—comentó mientras tomaba al gato de los Pérez y lo sentaba en un banco que
había acercado a la mesa. — ¿Pero por qué me estás consintiendo…. ahora?
—Por nada,
ninguna razón en particular. Festejar que empiezan las vacaciones de invierno,
si te parece.
—Para vos, capaz
—replicó la Tía
tras una risotada, al tiempo que cortaba la pizza. —A mí me espera todo menos
vacaciones. Ya habrás visto a ese… equipo de… documental. Todavía no saben
cuándo se van a ir, pero espero que mañana termine la filmación. Digo, ¿cuánto
más necesitan?
La mujer hablaba
entre mordiscos; ambos comían con la mano, los cubiertos olvidados a los lados
del plato. Eran simples elementos decorativos a los que, cada tanto, el gato
intentaba acercarse.
—No, Muaka, no
—lo reprendió finalmente Gino, amagando a levantarse. El gato arqueó la espalda
y retrocedió, sus orejas hacia atrás (alertas).
No volvería a intentar hacerse con los cubiertos hasta muy entrada la conversación.
—Hablando de ese equipo, ¿qué hacen acá exactamente? Quiero decir, no es por
menospreciarte ni nada, pero no sos ni nunca fuiste lo que pueda decirse una autoridad en lo que al campo
corresponde. ¡Ni siquiera me acuerdo la última vez que fuimos a la Expo-Campo !
Soltó una serie
de risitas mientras se comía un borde que había dejado para más adelante, y su
tía arqueó una ceja.
—Cuánto crédito
que me das, pibe —rió amargamente su tía—, pero para serte sincera, ni yo me lo
creía cuando me contactaron. Habrá sido hace… —se detuvo un momento, y observó
el calendario junto a la heladera, mientras el gato se subía a su regazo— dos
semanas —concluyó mientras acariciaba a Muaka distraídamente.
—¿Y por qué no me
lo comentaste hace dos semanas? —la
ofensa y la intriga se mezclaban en su tono de voz.
—Honestamente, no
sé —respondió encogiéndose de hombros—. Medio me parecía que estaba siendo
vilmente engañada. Vos bien lo dijiste, ¿qué tengo de interesante yo o mi
humilde campo? En la semana siguiente a la primera llamada, volvieron a
comunicarse. La cosa se iba poniendo seria, pero ya me conocés: desconfiada
hasta de las estatuas. El miércoles la cosa se hizo sólida y ayer los
preparativos estaban casi listos. Una pequeña parte de un gran documental, me
dijeron: “La agricultura en Sudamérica”. Me dijeron que me habían seleccionado
como representante del pequeño productor en Argentina. Ya te imaginás porqué no
te lo conté hasta que… bueno, hasta que lo viste vos mismo, con tus propios
ojos. Es un tanto difícil de creer que alguien se fijaría en este…. cacho de
tierra… mugroso y olvidado.
Imperceptible
para los sentidos de los comensales, el felino comenzaba a hacer uso de su
ubicación estratégica e, incorporándose en el regazo de la Tía , comenzaba a observar el
tenedor con el mayor de los detenimientos.
Gino se preguntó
si era sensato indagar sobre sus hallazgo,s
pero al instante decidió que era una estupidez. Si iba a averiguar algo, lo iba
a hacer en secreto: aquella mujer ya tenía demasiada presión encima. Lo que sea
que estuviera cociéndose en su invernadero era asunto de ambos, pero
descubrirlo sólo suyo. Tragó saliva y la
mitad de su vaso de soda, y pasó a servirse un poco del vino que había a un
lado de las dos porciones de pizza restantes.
—Oh, nos estamos
poniendo alcohólicos —comentó la
Tía , divertida. —¿Qué pasó con el “eso es asqueroso jamás lo
voy a tomar”?
Su sobrino rió
nerviosamente en respuesta y sacudió la cabeza.
—Tía, ¿Te gusta
tu vida?
—Eso creo, sí
—respondió la mujer, perpleja. —¿El vino con soda te pone filosófico, Gino?
—Te estoy
hablando en serio. ¿Te parece que te faltara algo, que seas infeliz?
—“Los días pueden ser soleados, sin siquiera un suspirar. / No necesito
lo que el dinero me pueda comprar”
Gino sonrió y
algo de su palidez se opacó. Ambos continuaron a dueto, hablando hasta que, sin
darse cuenta, se descubrieron cantando. Muaka marcaba el tempo de su
conversación con las oscilaciones de su cola.
—“Los pájaros en los árboles cantan lo que dura el día/ ¿Por qué no
acompañarlos en su melodía?”
—“Alegre a toda
hora, contenta con mi propiedad. / ¿Cómo se consigue aquello? Mirá mi capital”
Su sobrino la
acompañó, colocándose a su lado. Con un
exagerado paso de baile, hizo girar a su tía, y ambos quedaron enfrentados al
ventanal. Se miraron por unos momentos, y continuaron juntos su farsa musical:
—“Tengo ritmo,
tengo canto”
Acto seguido, iniciaron
lo que el muchacho solía llamar “el pim-pam-pum”: verso, respuesta, verso,
respuesta. La Tía
comenzó:
—“A un chico de
encanto"
—“¿Se necesita
algo más?”
—“Tengo mi trigo
sano en mi cultivo, y también a mi chico”
—“¿Se necesita
nada más?”
—“De los
problemas, no me comentés acerca. / No los encontrás de este lado de la cerca”
En el trayecto de
su diálogo, se habían separado unos pasos, sólo para encontrarse en el clímax
de su improvisado número. Con una sonrisa, y la felicidad que otorga el canto y
la actuación a quien en abstracción disfruta y saborea el momento, se unieron:
—“Tengo ritmo,
tengo canto. / ¿Se necesita algo más?/ ¿Se necesita algo má…?”
Sendas manos se
levantaron, siguiendo la elevación de la nota; los dedos se agitaron mientras
ambos se forzaban para mantenerla; el público nocturno de árboles e insectos
los observaban boquiabiertos. No más empezar, el tiempo se había detenido y
ninguno de los dos sabía hacía cuanto que estaban cantando la vocal en “más”.
Ambos se encontraban en un escenario improvisado en sus mentes y no volverían a
sentir los pies hasta que el telón bajase en su fantasía—o eso creyeron. Con un
fuerte chasquido y un CLANG sobre el mármol, el ventanal se alzó ante ellos y
las gloriosas tablas volvieron a ser un simple linóleo. Se dieron la vuelta para ver a Muaka huir
de la cocina con el tenedor en mano y Gino profirió un alarido:
—¡Gato de mierda!
Sos un genio, Testi!
ResponderEliminarJajaja, ¡Gato de mierda! Qué manera de cortar ese momento tan... tan... tan musical .)
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