lunes, 12 de marzo de 2012

Finaliza el Horario de Protección al Menor / I Got Rhythm

La cena comenzó a preparase pasadas las ocho —a dos tazas de café de pasadas. La Tía estaba agotada, tanto emocional como físicamente, y necesitaba su dosis de cafeína para llegar a dar por finalizado su día. Amasaba entre sorbos mientras su sobrino cortaba queso de una horma gigantesca que los Pérez habían preparado el día anterior. Se suponía que el sabor amargo e hirviente le despertaría las neuronas, pero se sentía más bien como el motor de un auto que se niega a encender. Sentía un RUm, Rrumm, rrrrrruu… que se iba perdiendo en algún lugar a medio camino de sus brazos. Lo único que podía sentir con seguridad era su lengua quemándose. Cabeceaba y, a medio camino de caer, parpadeaba, recuperando momentáneamente algo de la energía que le hacía falta. Tras una inútil cuarta taza, le cedió el lugar al muchacho y procedió a recostarse hasta que terminara de preparar la cena. Gino la vio tan pálida y agotada (tan fuera de sí), que no pudo más que asentir y pasar de la cuchilla al palo de amasar. En ningún momento se le ocurrió escoltarla hasta su habitación; más tarde —ya entrada la noche, cuando diera vueltas en su cama, víctima del insomnio—,  se preguntaría si lo había hecho por la costumbre de dejarla manejarse por su cuenta o porque, al verla súbitamente tan frágil y debilitada, aquella mujer se le había hecho una desconocida.
Salsa de tomate, queso, jamón y una severa horneada más tarde, ya tenía la cena lista y la cabeza hecha un lío. No había dejado de pensar en el hongo que descansaba en un rincón brillante del vivero y el volumen que había encontrado en la mesa. Cuando vertía la salsa de tomate sobre la masa horneada de pan, un escalofrío y una idea le habían recorrido la espalda.
—“Ya no estamos en Kansas” —se dijo entonces con gravedad, y el gato de los Pérez, que observaba toda la escena desde el ventanal entreabierto, pareció asentir en acuerdo.
Era el mismo lugar en el que había estado la semana anterior—e incluso habían hecho pizza para cenar también—, pero ya no podía verlo igual. Si su tía hubiese salido de la habitación una semana antes, creía que muy posiblemente le hubiera comentado algo burlón mientras se encaminaba a su cuarto. Ahora no podía más que temblar silenciosamente en terror porque, de alguna manera, sentía que todo lo que sucedía a su alrededor estaba relacionado con el hongo, y que aquella mujer tenía una muy estrecha relación con los hechos. Y quizás con Franco Víctor.

*

Tras dejar enfriar la pizza recién horneada y puso la mesa bajo la atenta mirada del felino vecino, optó por cortarle un poco de queso y cubrir la cena antes de despertar a su tía, a eso de las nueve y media. No tuvo más que acercarse a la puerta entornada para que la mujer se levantase de un salto, luciendo nuevamente vital y fresca. Su mueca divertida estaba allí, junto con una frase confabulándose entre sus cejas y esperando pacientemente a que pasaran las diez. Quienquiera que había salido trastabillando de la cocina, se había ido. Tenía a su Tía frente a sí, calzándose las pantuflas con orejas de conejo que habían perdido la nariz de botón. No pudo evitar sonreír, ni contener una risotada cuando, al intentar ayudarla, la mujer lo alejó con una bofetada en el brazo que, hacía un minuto, estaba herido.
Aquella noche, el mantel plástico resguardaba la madera y los cubiertos que no habían sido ganados en promociones de gaseosa acompañaban la vajilla semi-fina. Desde el umbral de la puerta, sonriente, la tía contempló la escena cruzada de brazos. Tiritó con vigor ante la brisa nocturna que se colaba por el ventanal entreabierto y le dio unas palmaditas en el hombro a su sobrino.
—Te luciste, pibe —comentó mientras tomaba al gato de los Pérez y lo sentaba en un banco que había acercado a la mesa. — ¿Pero por qué me estás consintiendo…. ahora?
—Por nada, ninguna razón en particular. Festejar que empiezan las vacaciones de invierno, si te parece.
—Para vos, capaz —replicó la Tía tras una risotada, al tiempo que cortaba la pizza. —A mí me espera todo menos vacaciones. Ya habrás visto a ese… equipo de… documental. Todavía no saben cuándo se van a ir, pero espero que mañana termine la filmación. Digo, ¿cuánto más necesitan?
La mujer hablaba entre mordiscos; ambos comían con la mano, los cubiertos olvidados a los lados del plato. Eran simples elementos decorativos a los que, cada tanto, el gato intentaba acercarse.
—No, Muaka, no —lo reprendió finalmente Gino, amagando a levantarse. El gato arqueó la espalda y retrocedió, sus orejas hacia atrás (alertas). No volvería a intentar hacerse con los cubiertos hasta muy entrada la conversación. —Hablando de ese equipo, ¿qué hacen acá exactamente? Quiero decir, no es por menospreciarte ni nada, pero no sos ni nunca fuiste lo que pueda decirse una autoridad en lo que al campo corresponde. ¡Ni siquiera me acuerdo la última vez que fuimos a la Expo-Campo!
Soltó una serie de risitas mientras se comía un borde que había dejado para más adelante, y su tía arqueó una ceja.
—Cuánto crédito que me das, pibe —rió amargamente su tía—, pero para serte sincera, ni yo me lo creía cuando me contactaron. Habrá sido hace… —se detuvo un momento, y observó el calendario junto a la heladera, mientras el gato se subía a su regazo— dos semanas —concluyó mientras acariciaba a Muaka distraídamente.
—¿Y por qué no me lo comentaste hace dos semanas? —la ofensa y la intriga se mezclaban en su tono de voz.
—Honestamente, no sé —respondió encogiéndose de hombros—. Medio me parecía que estaba siendo vilmente engañada. Vos bien lo dijiste, ¿qué tengo de interesante yo o mi humilde campo? En la semana siguiente a la primera llamada, volvieron a comunicarse. La cosa se iba poniendo seria, pero ya me conocés: desconfiada hasta de las estatuas. El miércoles la cosa se hizo sólida y ayer los preparativos estaban casi listos. Una pequeña parte de un gran documental, me dijeron: “La agricultura en Sudamérica”. Me dijeron que me habían seleccionado como representante del pequeño productor en Argentina. Ya te imaginás porqué no te lo conté hasta que… bueno, hasta que lo viste vos mismo, con tus propios ojos. Es un tanto difícil de creer que alguien se fijaría en este…. cacho de tierra… mugroso y olvidado.
Imperceptible para los sentidos de los comensales, el felino comenzaba a hacer uso de su ubicación estratégica e, incorporándose en el regazo de la Tía, comenzaba a observar el tenedor con el mayor de los detenimientos.
Gino se preguntó si era sensato indagar sobre sus  hallazgo,s pero al instante decidió que era una estupidez. Si iba a averiguar algo, lo iba a hacer en secreto: aquella mujer ya tenía demasiada presión encima. Lo que sea que estuviera cociéndose en su invernadero era asunto de ambos, pero descubrirlo sólo suyo.  Tragó saliva y la mitad de su vaso de soda, y pasó a servirse un poco del vino que había a un lado de las dos porciones de pizza restantes.
—Oh, nos estamos poniendo alcohólicos —comentó la Tía, divertida. —¿Qué pasó con el “eso es asqueroso jamás lo voy a tomar”?
Su sobrino rió nerviosamente en respuesta y sacudió la cabeza.
—Tía, ¿Te gusta tu vida?
—Eso creo, sí —respondió la mujer, perpleja. —¿El vino con soda te pone filosófico, Gino?
—Te estoy hablando en serio. ¿Te parece que te faltara algo, que seas infeliz?
La Tía lo miró por unos momentos. Hasta entonces había arqueado su ceja, ahora estaba baja. La pregunta la había tomado por sorpresa y no sabía qué responderle—sólo que debía hacerlo. Desde que lo había acusado de ser un monumental pato criollo aquella tarde, había leído en el pálido rostro de su sobrino algo extraño. Algo que entonces había vislumbrado, pudo ver con claridad en la improvisada merienda que le había preparado. Le estaba ocultando cosas; y de las peligrosas. El muchacho siempre había sido un libro abierto para ella y ahora temía, porque desconocía el lenguaje y las letras se le hacían difusas. Era un joven despreocupado el que habría cenado con ella la noche anterior, un muchachito vivaz que esperaba impaciente a las diez para decir groserías, pero tenía frente a sí a un perro mojado que se había pasado las diez y media sin darse cuenta. Sintió que una respuesta era lo que necesitaba para que, antes de dejar la cocina para dormir, escuchara al menos la palabra “tarada”. Todo aquello pasó por la cabeza de la mujer hasta que finalmente respondió.
—“Los días pueden ser soleados, sin siquiera un suspirar. / No necesito lo que el dinero me pueda comprar”
Gino sonrió y algo de su palidez se opacó. Ambos continuaron a dueto, hablando hasta que, sin darse cuenta, se descubrieron cantando. Muaka marcaba el tempo de su conversación con las oscilaciones de su cola.
—“Los pájaros en los árboles cantan lo que dura el día/ ¿Por qué no acompañarlos en su melodía?”
La Tía, sonriendo, se incorporó, arrojando al gato al suelo. Con su típico vibrato, dejando escapar la totalidad de su dura, modulada y moldeada voz, prosiguió:
—“Alegre a toda hora, contenta con mi propiedad. / ¿Cómo se consigue aquello? Mirá mi capital”
Su sobrino la acompañó, colocándose a su lado.  Con un exagerado paso de baile, hizo girar a su tía, y ambos quedaron enfrentados al ventanal. Se miraron por unos momentos, y continuaron juntos su farsa musical:
—“Tengo ritmo, tengo canto”
Acto seguido, iniciaron lo que el muchacho solía llamar “el pim-pam-pum”: verso, respuesta, verso, respuesta. La Tía comenzó:
—“A un chico de encanto"
—“¿Se necesita algo más?”
—“Tengo mi trigo sano en mi cultivo, y también a mi chico”
—“¿Se necesita nada más?”
—“De los problemas, no me comentés acerca. / No los encontrás de este lado de la cerca”
En el trayecto de su diálogo, se habían separado unos pasos, sólo para encontrarse en el clímax de su improvisado número. Con una sonrisa, y la felicidad que otorga el canto y la actuación a quien en abstracción disfruta y saborea el momento, se unieron:
—“Tengo ritmo, tengo canto. / ¿Se necesita algo más?/ ¿Se necesita algo má…?”
Sendas manos se levantaron, siguiendo la elevación de la nota; los dedos se agitaron mientras ambos se forzaban para mantenerla; el público nocturno de árboles e insectos los observaban boquiabiertos. No más empezar, el tiempo se había detenido y ninguno de los dos sabía hacía cuanto que estaban cantando la vocal en “más”. Ambos se encontraban en un escenario improvisado en sus mentes y no volverían a sentir los pies hasta que el telón bajase en su fantasía—o eso creyeron. Con un fuerte chasquido y un CLANG sobre el mármol, el ventanal se alzó ante ellos y las gloriosas tablas volvieron a ser un simple linóleo. Se dieron la vuelta para ver a Muaka huir de la cocina con el tenedor en mano y Gino profirió un alarido:
—¡Gato de mierda!

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