lunes, 23 de abril de 2012

-Intermedio-

Estimado público,


No me enorgullezco en comunicar que hoy no habrá capítulo de la semana. Llamémoslo diferencias editoriales, cuestiones de malos tiempos, pero en cuestión no es nada más ni nada menos que una locura que se me ocurrió: dos carreras al mismo tiempo, dos vías que demandan atención constante. Y eso significa un quilombo y un mambo en mi cabeza que sólo puede ser descrito con una expresión que aprendí hace unos días, de un compañero que más que compañero es amigo de mi Facultad: "Hace un calor de la pija parada". Sí, porque es algo que es molesto, es duro y hasta cierto punto y dadas ciertas circunstancias, vergonzoso. Es molesto el hecho de no poder sentarme a escribir o adelantar algo en la semana, porque hay sólo dos posibilidades en el período de entreguerra desde que vuelvo de Psicología y entro a Teatro: Estudiar o Dormir. Es duro haberse planteado un compromiso como actualizar semanalmente esta novela, que aunque sirva para enajenarme y vivir un rato en mi fantasía y poder comunicársela a usted, lector, a la vez que intento encontrar la voluntad para leer una exhaustivamente molesta descripción sobre la vida y obra de Sócrates y memorizar tres monólogos. Pero más que nada, es vergonzoso llegar a esta instancia, siendo las once y media, y no tener más de doscientas cincuenta palabras escritas en la ventana del Word.


Existe una cierta forma de escribir que yo uso: dejar la mente en blanco y esperar a que los personajes se relajen, se estiren un poco. Pero una vez que entran en calor, hay que seguirles el paso. Eso es lo que uno en este ámbito más disfruta: sentir que lo que uno concibió en su cabeza puede cobrar vida.
Actualmente, mi mente está en ruido blanco: hay una interferencia que son los problemas que se aparecen en el umbral de la puerta, que te observan con un dejo de malicia y curiosidad. No hay cosa más incómoda para mí que el hecho de que me vean mientras me entrego a mi tarea de la escritura — ¡qué paradójico para con mi otra pasión, actuar! , y cuando me siento enfrente de la computadora puedo visualizar a esos problemas tomar forma casi física: es la tensión que se puede cortar con un cuchillo. Lo que sangra a continuación es mi imaginación. Lo que se rebanó son los puentes entre ideas. Podría contarles con lujo de detalles lo que trataría el episodio de hoy, lo tengo grabado en la cabeza casi desde que apareció Franco Víctor en el panorama de Gino Teri.
Sí, puedo contarles, pero no relatarles.
En cambio, aquí estoy yo, frente al teclado y a la pestaña de Entradas de Blogger, quejándome como un cagón, como alguien que no quiere hacerle frente a sus responsabilidades. ¿Como un cagón? Sí lo soy, a quién engaño.


Voy a sincerarme un momento, detener el carro por una semana. Se los debo a ustedes, a usted, a quien sea que fuere a leer esto, si es que alguien efectivamente lo hace. Y me lo debo a mí mismo.


No, no va a haber capítulo de la semana. Voy a dejar entrever algo del Esteban Testino detrás del Gino Teri, de este estúpido adolescente asustado que aún no entiende que ya no está en la secundaria, que las cosas ahora tienen un balance diferente: que no concilia la relación entre un hongo plateado, Freud y Shakespeare.
.




* * *



Lo hizo igualmente. Le cedió la última campera libre, medio sin explicarse porqué y medio sabiéndolo.

Era crudo invierno y no había mucho que las ventanas que separaban al recibidor del exterior pudieran hacer al respecto. El frío los cubría con la manta que les hacía falta y los atizaba como una raya en el ártico, si las hubiera — no lo sabía; no le importaba. Aquellos que habían llevado abrigo lo habían dejado tirado, abandonado, y de ellos se había hecho un pozo común de cobertores improvisados.

Esa noche, algunos gozaron de capa doble, otros simplemente se abrazaron en busca de calor. Él pertenecía a esta última categoría, la que se retorcía en el suelo de madera hasta que la espalda se viera obligada a aceptar la incomodidad por lo que restaba de la noche. No obstante, había resistido unos cinco minutos sobre una cama de sillas hasta que el contacto del respaldar helado lo obligó a bajarse. Dio vueltas, una y otra vez; un circuito que a la hora volvía a empezar.


Cerca de las seis, una chica dejó caer una campera de polar en un movimiento brusco. Lo tomó con la desesperación y el ansia 
— la necesidad con que un muerto de hambre robaría migajas olvidadas. El contacto fue tibio; se sentía cálido contra su piel glacial. Sonrió  y se despachurró dentro, feliz.




Fue entonces, una vez Él alcanzó la comodidad o al menos la garantía de que sobreviviría a aquella noche —, que Ella se despertó. Hasta entonces había dormitado en un puf, protegida entre los brazos de un chico que la había pretendido durante el transcurso de la velada. Se descubrió desnuda ante el avance de la noche invernal, y miró en todas direcciones al tiempo que empezaba a tiritar. Lucía una mezcla de susto y miedo mezclados en su carita de Pobre Colegiala. El chico a su lado no tardó en, también, volver a la consciencia, y se cubrió con una remera vieja que sacó de Sólo-Dios-Sabría-Dónde. Él pudo verlo sonreír, casi como había hecho él mismo al encontrar la campera. Casi, pues había una pinta de brutal egoísmo   un esbozo de satisfacción puramente individual en la expresión de aquel chico. No le importaba Ella en lo más mínimo  al menos no más allá de  sus lujuriosas pretensiones y segundas intenciones.


No pudo asegurar si Ella lo había visto o no: había sucedido en un segundo, y estaba demasiado preocupada como para ser plenamente consciente de lo que sucedía a su alrededor. Pero Él sí, porque el calor del polar no lo había dormido aún, ni lo haría jamás. La miró: se la quedó viendo un rato que a Ella se le dibujó larguísimo en la cara, en aquel semblante frágil y hermoso.


Suspiró un suspiro de los que se ponen entre medio de una decisión difícil y su dolorosa puesta en marcha, y se quitó la campera. Al resbalarse de sus brazos entonces descubiertos, el material le susurró que se lo quedase, que ignorase esa expresión de terror, pues bien podía pasar la noche sin morirse de hipotermia. No obstante, un dejo de moralidad, una mancha de  humanidad y solidaridad que tenía grabada a fuego CONSCIENCIA Y DEBER, finalmente prevaleció.


Aceptó el polar sin pensárselo dos veces, sin detenerse a reflexionar si Él lo necesitaba o si a Ella le hacía falta.


La noche continuó.


Él volvió a tiritar y abrazarse en el suelo mientras Ella, con una expresión ausente, compartía su abrigo con el chico a su lado.


* * *

2 comentarios:

  1. voy a matarte por no seguirme la saga... ahora voy a tener que esperar a la semana que viene... pero te entiendo y te banco! no entendi nada todo el final jaja pero supongo que ya sabes que mañana te atormento en la facu y listo ;) jaja beso querido...

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  2. Me quería poner al día con tu blognovela y lo hice. Me sorprendí ante tu última entrada, aunque lo cierto es que me has comentado muchas veces que estás en conflicto por Pscicología y Teatro.
    Me siento orgullosa de lo que escribiste. A la manera de Esteban Testino pudiste plasmar lo que pasaba por tu cabeza, con ese tinte poético que tanto amo. Sé que vas a poder seguir adelante, quizás no hoy o mañana, pero algún día sé que vas a hacerlo, porque vos sabés lo que querés y estás dispuesto a luchar por eso. ¡No te dejes caer, Itset!
    Espero con mucho entusiasmo el próximo capítulo. Voy a estar pendiente de que lo escribas, tarde o temprano lo vas a hacer .)

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